A comienzos del siglo XX, la Tierra era un misterio para los geólogos. Se pensaba que las pruebas más evidentes de su actividad interna, es decir, los volcanes y los seísmos, no tenían relación entre sí.
Islandia (ver fotos) |
Pluma de magma a través del manto |
Ruptura de la placa: América del Norte (O) y Eurasia(E) |
Formación de la cuenca atlántica, hace 150 millones de años |
Pero para la década de los 60 del siglo pasado había suficientes pruebas para demostrar que la teoría de placas tectónicas era la que mejor describía y explicaba los fenómenos geológicos masivos. Esta teoría es un modelo o paradigma general —una unificación, pues sirve para comprender hechos muy diversos—. Gracias a ella pueden entenderse los fenómenos que hasta entonces no se relacionaban entre sí: los movimientos sísmicos, la actividad volcánica, la formación de las montañas, la deriva de los continentes y la expansión del fondo oceánico.
Antes de ensayar la teoría de placas se comprendió cómo era la estructura interna de la Tierra. El sismógrafo se inventó a finales del siglo XIX y, a partir de entonces, se pudieron analizar las ondas sísmicas en los temblores de tierra. Hay dos tipos de ondas y cada una de ellas se desplaza de manera diferente. Basándose en eso, y tras el análisis de las ondas sísmicas de muchos lugares de la Tierra, se ha podido saber en el último cuarto del siglo pasado que en el interior de la Tierra hay un núcleo sólido, compacto e incandescente, del tamaño de la luna. Alrededor del mismo hay un núcleo externo líquido y muy caliente, compuesto de níquel y hierro. Sobre este último está el manto, de 2.900 km de anchura, compuesto principalmente por silicato. Finalmente está la corteza, es decir, la capa sólida que envuelve el planeta.
Formación de la dorsal atlántica |
La teoría de placas tectónicas afirma que la corteza está formada por 16 placas sólidas, y que tales placas flotan encima del manto —del mismo modo que las galletas sobre la natilla—. Las placas se alejan unas de otras, al tiempo que se crea corteza nueva. El magma emerge del interior de la Tierra en las colosales dorsales (o cordilleras) oceánicas —la atlántica es una trinchera geológica que recorre el planeta desde el océano Ártico al Antártico—, y se disemina bajo el mar. El magma empuja hacia arriba, se enfría en contacto con el agua y, al endurecerse, separa las placas. Por ejemplo, Islandia se encuentra en la dorsal atlántica, cerca del paralelo 66N, y a causa de ello la actividad volcánica es muy grande en la isla. De hecho, Islandia se está partiendo en dos: cada año, las dos partes de la isla se separan 2 cm. Por la misma razón, también América y Europa se alejan entre sí. Hoy día, la distancia entre ambos continentes es 25 m mayor que la que había cuando Colón llegó a América.
Islandia, cima de la dorsal (cerca del paralelo 66º N) |
Las investigaciones de los últimos 40 años, por ejemplo, las realizadas en torno el suelo oceánico, nos han dado muchos datos para conocer mejor la Tierra. Analizando las capas de gas de la atmósfera, hoy día se puede saber con total fiabilidad qué tiempo va a hacer en cualquier lugar de la Tierra en los próximos dos o tres días. Sin embargo, no se puede pronosticar todavía dónde y cuándo va a suceder el próximo terremoto. Este es uno de los grandes desafíos que tiene la geología en el siglo en curso.
Además de este artículo traducido del euskara (lengua vasca) de la página zientzia.net, te propongo ver el documental Viaje al centro de la Tierra.
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